Nos parece
interesante, en esta oportunidad, hacer un breve análisis sobre la colaboración
brindada por el General Juan Bautista Bustos al General San Martín, que haremos
en base a fragmentos de la correspondencia entre los patriotas, que se conserva
en los archivos.
La ocupación de
Lima por SM (4-5-1821), no puso término a la guerra del Perú; los realistas
retirados a las sierras, ocupaban allí fuertes posiciones y todo indicaba una
resistencia tenaz y una campaña prolongada. SM concibe entonces un plan para
acelerar el término de la guerra. El Ejército Unido Libertador debía
organizarse en dos fuertes grupos. El primero, al mando de Arenales, amenazaría
a los realistas acontonados en Huancayo; el segundo, al mando de Alvarado, ocuparía
la zona de Puertos Intermedios, desembarcaría en Arica y se dirigiría sobre
Cuzco.
Para concretar lo
planificado, se necesitaba la participación de las provincias, cuyas tropas
formarían un ejército que marcharía hacia el Alto Perú a través del frente salteño.
Con esa finalidad, SM envió un comisionado con instrucciones; la persona
seleccionada para esa misión fue un oficial peruano, el Comandante de Escuadrón
Antonio Gutiérrez de la Fuente.
en mayo de 1822, el Protector del Perú firma la credencial respectiva; en las
instrucciones, SM se dirige a las “autoridades de los pueblos trasandinos”, y
no a Buenos Aires, lo que evidencia que el Libertador comprendía la realidad
federal que la capital se negaba aceptar.
En realidad, hacia
1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a
Buenos Aires, era tan abierta como la que enfrentaban las fuerzas realistas con
los patriotas. La situación política era cada vez más, desfavorable a Buenos
Aires que quedaba aislada. Debe considerarse también la amenaza de una
expedición española, que los informes daban como destino a Buenos Aires.
El gobierno
porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella
amenaza con la unidad. Este había sido el argumento esgrimido desde la caída de
la Junta Grande
en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo porteño a la Junta Conservadora , que era la Junta Grande constituida en
Congreso Legislativo.
Los diputados de la Junta Grande habían sido
elegidos por las Provincias, mientras que el Cabildo solo era representante de
los intereses de Buenos Aires.
La unidad era
indispensable para la lucha por la independencia, pero no era menos importante
la defensa de los particularismos forjados en 200 años de vida local,
desarrollada en las ciudades y pueblos del interior. Belgrano explica así las
diferencias, cuando el gobierno central, respondiendo al pedido de munición y
caballada, le indica que recurra a cualquier medio.
Dice Belgrano: que
“no es el terrorismo quien puede convenir al gobierno que se desea” y que no
puede permitir “que el ejército auxiliar del Perú, siga matando, saqueando,
incendiando, arrebatando los ganados”. “Si se me obligara a hacer eso,
renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”.
Este era el contexto
motivacional de aquella sociedad rioplatense en la segunda década del siglo
19. Los miembros del ejército no podían
estar ajenos a esa polémica. Soldados reclutados en su gran mayoría por levas
forzosas; suboficiales levados antes y ascendidos; en ambos casos se habían
habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos tenían
familia, amigos, testigos de la realidad social. ¿Cómo no tomar partido?
Cuando en 1819 se
sanciona una Constitución que establece el régimen unitario, el país estalló.
Pueyrredón fue reemplazado por el general Rondeau, quien decidió concentrar las
tropas nacionales en Buenos Aires para defender a la ciudad de la amenaza
provinciana. San Martín desobedeció la orden de regresar y salvó al Ejército de
los Andes para la empresa libertadora.
Belgrano, ya muy
enfermo, entrega el mando del Ejército del Norte al general Fernández de la Cruz , quien ordena la marcha
hacia la capital.
Al llegar a la
posta de Arequito se manifiesta el descontento de gran parte de la tropa; en la
madrugada del 8 de enero de 1820, los amotinados en número de 1.600 hombres a
las órdenes del general Bustos, forman en línea de batalla frente a los leales
al comandante en jefe. En reunión de estado mayor, se resuelve continuar la
marcha con las unidades disponibles, permitiendo a bustos retirarse con los
sublevados.
A raíz del
levantamiento de Arequito, le imputaron a Bustos el ánimo de refugiarse en
Córdoba, a modo de un señor feudal para cuidar de sus propios intereses, siendo
que permitió salvar al ejército del norte, que habría sido diezmado por las
fuerzas superiores de las montoneras, como lo hicieron con el propio Rondeau
poco después en Cepeda, vencido por Ramírez y López que llegan a acampar en la
plaza de Mayo.
La desobediencia de
Bustos, no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de San
Martín. Arequito no fue el resultado del
desajuste que se venía arrastrando penosamente, entre el país real y el modelo artificial
que la élite porteña quería imponerle al país. Para los dirigentes de Buenos
Aires las provincias no contaban, el estado debía reducirse al territorio que
pudiera controlarse desde la capital; la campaña sanmartiniana era un
compromiso molesto y caro.
Bustos asume el
mando de los sublevados, por tener el mayor rango, Coronel Mayor, secundado
por: José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, consumando el motín en
forma incruenta y ordenada. Eran cuatro oficiales de grandes cualidades.
Bustos, ilustrado y sereno, como lo demostró su gobierno en Córdoba; Paz, de
talento indiscutido, que cambio la toga universitaria por la espada; Heredia, doctor
en filosofía y derecho; Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat.
Retornando en este
relato al plan urdido por el Libertador para acelerar el proceso de la independencia,
digamos que dos militares fueron tenidos en cuenta por SM para esta operación:
el gobernador de Córdoba, Bustos, y, en su defecto, el gobernador de San Juan,
Cnel. José María Pérez de Urdininea. SM le indica a su comisionado que ante
cualquier problema que surgiera, tomara consejo de ambos oficiales.
Luego de cruzar los Andes, el
comandante Gutiérrez se dirige a Córdoba, tomando contacto con Bustos. En la
nota de SM, que le entrega, le pide al gobernador que fuera el comandante en
jefe de la expedición que había diseñado:
“El comandante Gutiérrez de la Fuente es el conductor de
quien me valgo para proponer a UD. la terminación de la guerra; él es la voz
viva mía y por consiguiente impondrá a usted de todos mis planes. ¡Y qué campo,
mi apreciable paisano, se le abre a usted para concluir esta guerra ruinosa y
cubrirse de gloria ¡ Sí, mi amigo, póngase usted a la cabeza del ejército que
debe operar sobre Salta; la campaña es segura si usted me apoya los movimientos
que cuatro mil quinientos hombres van a hacer por Intermedios al mando de Alvarado. (…)
Las cooperación de esta división va
a decidir enteramente la suerte de la América del Sur”
Gutiérrez le informa a SM que
encontró a Bustos con la mejor disposición; éste escribió al Gral. López destacando
que para dicha empresa faltan recursos que es indispensable pedir al gobierno
de Buenos aires:
“Creo superfluo persuadir a UD. de
la necesidad de este paso en que debe interesarse todo americano y en especial
los que nos hallamos a la cabeza de los negocios públicos”.
Por su parte, López le comenta a SM:
“La fina política de VE previó los
inconvenientes de realizarlo y de dónde deben emanar los recursos de su logro”.
Para colaborar en la gestión ante BA manda su
secretario, y pese a las dificultades de su provincia, ofrece 300 hombres de
caballería seleccionados, siempre que BA los provea de armamentos de lo que
carece Santa Fe.
Bustos, fiel al llamado de SM, no
sólo hace que su secretario también acompañe a Gutiérrez a BA, sino que escribe
al gobierno de Martín Rodríguez:
“no temo proponer que dé la última
mano a la obra que le ha sido tan cara, tomando sobre sí proporcionar la suma
suficiente para los gastos de la marcha de la fuerza y para su caja militar
hasta que se franquee la comunicación del interior.”
SM le señala al gobierno porteño, que el Perú
devolverá totalmente los gastos que ocasione esta campaña.
El gobierno de BA era conducido en
realidad por Rivadavia, que escuchó al enviado de SM y terminó diciéndole que a las guerras de la independencia las
terminaría él por negociaciones diplomáticas. También calificó de criminal
a Bustos, desmesura que se explica por sucesos anteriores:
durante la revolución de mayo Bustos
formó parte de la Junta militar de seguridad, que dispuso la
expulsión del país de Rivadavia por sospechoso de actuar a favor de los
españoles. Ya había accionado con resentimiento, al frustrar el Congreso
Constituyente reunido en Córdoba en 1821, convocado por Bustos.
Rivadavia pasó el pedido
sanmartiniano a la Junta
de Representantes, donde sólo el diputado Gazcón defendió la propuesta del
Libertador; el diputado Manuel García llegó a expresar que al país le era útil que permaneciesen los enemigos en el Perú.
SM al conocer la oposición de las
autoridades bonaerenses, le escribe a Gutiérrez:
“Todas (las provincias) desean la
expedición, todas la claman. En ellas se encuentran todos los materiales
necesarios para emprenderla, menos dinero; esto es lo único que falta”.
Con lo resuelto por la Junta , se hacia imposible
organizar la expedición.
Bustos, decepcionado, le confesará a
López:
“Por más que he aplicado todos mis
esfuerzos para realizar la expedición contra el enemigo común, proyectada por
el Exmo. Señor Protector del Perú, sus resultados no han correspondido a mis
anhelos”.
Decide renunciar a la jefatura de la
expedición, a favor de su segundo jefe, el Cnel. Urdininea, que con la pequeña
fuerza que lograron formar Bustos y él, penetra por el Alto Perú, pero de
manera insuficiente y tardía. Culmina este triste episodio de nuestra historia,
con la conocida renuncia al mando de SM.
Únicamente Urdininea, que marchó con
la pequeña fuerza auxiliar, tuvo el honor de participar luego en el triunfo de
Ayacucho.
José Pacífico Otero destaca que el
tiempo vino a demostrar –y Ayacucho lo prueba- que San Martín tenía razón, y
que si la diplomacia podría servir para firmar armisticios y atar temporalmente
la mano al enemigo, ella no servía para desarmarlo y vencerlo.
Recién en Ayacucho, como lo diría
Enrique Rodó:
“catorce generales de España
entregaron, al alargar la empuñadura de sus espadas rendidas, los títulos de
aquella fabulosa propiedad, que Colón pusiera, trescientos años antes, en manos
de Isabel y Fernando”.
Córdoba puede enorgullecerse de haber
sido la provincia en cuyo gobernante el Libertador confió para la empresa que
hemos reseñado. Un militar a quien ya en 1807 había elogiado una poesía popular[1], por
su actuación en las invasiones inglesas. Para terminar, recordemos una estrofa
de esa poesía:
El valiente capitán don Juan Bustos,
de arribeños,
Con diez y ocho de su gente,
Carga con valor sobre ellos,
Y se rinden los britanos
Misericordia pidiendo.
* Exposición en el Club de las
Fuerzas Armadas-Córdoba, 27-2-2014.
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Fuentes:
Hillar Puxeddu, Leo. “El gobernador Juan
Bautista Bustos y el Plan de Acción al Alto Perú del Gral. Dn. José de San
Martín”; Santa Fe, 2010.
Conles Tizado,
Denís. “Juan Bautista Bustos: federalismo y nación”; Córdoba, Cuadernos para la Emancipación.
Denovi, Oscar.
“Arequito: el Ejército se identifica con el pueblo”.