UNA HEROÍNA POCO CONOCIDA


María Remedios del Valle

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María Remedios del Valle (Buenos Aires, 1766 o 1767 - ibídem, noviembre de 1847) fue una militar afroargentina. Fue una de las llamadas «niñas de Ayohúma», aquellas que asistieron al derrotado ejército de Manuel Belgrano en la batalla de Ayohúma. Afrodescendiente argentina, actuó como auxiliar en las Invasiones Inglesas y tras la Revolución de Mayo acompañó como auxiliar y combatiente al Ejército del Norte durante toda la guerra de Independencia de la Argentina lo que le valió el tratamiento de «capitana» y de «Madre de la Patria» y, al finalizar sus días, el rango de sargento mayor del Ejército.


Biografía
Nacida en la ciudad de Buenos Aires, entre 1766 y 1767, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, era «parda» según el sistema colonial de castas. Durante la Segunda invasión inglesa al Río de la Plata, María Remedios del Valle auxilió al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron con éxito la ciudad. Según el parte del comandante de ese cuerpo, «Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere».


Regimiento de Artillería de la Unión
Al producirse la revolución del 25 de mayo de 1810 y organizarse la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, conformando lo que luego se denominaría Ejército del Norte, el 6 de julio de 1810, María Remedios del Valle se incorporó a la marcha de la 6.ª Compañía de artillería volante del Regimiento de Artillería de la Patria al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno adoptivo), quienes no sobrevivirían a la campaña.4

María Remedios del Valle continuó sirviendo como auxiliar durante el exitoso avance sobre el Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió. En vísperas de la batalla de Tucumán se presentó ante el general Manuel Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la «Madre de la Patria». Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró capitana de su ejército.


Tras vencer en la batalla de Salta, Belgrano fue derrotado en Vilcapugio y debió replegarse. El 14 de noviembre de 1813 las tropas patriotas se enfrentaron nuevamente a las realistas en la batalla de Ayohúma y fueron nuevamente derrotadas. María de los Remedios del Valle combatió, fue herida de bala y tomada prisionera. Desde el campo de prisioneros ayudó a huir a varios oficiales patriotas. Como medida ejemplificadora, fue sometida a nueve días de azotes públicos que le dejarían cicatrices de por vida. Pudo escapar y reintegrarse al ejército argentino donde continuó siguiendo a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña.

Finalizada la guerra y ya anciana, del Valle regresó a la ciudad de Buenos Aires, donde se encontró reducida a la mendicidad. Relata el escritor, historiador y jurisconsulto salteño Carlos Ibarguren (1877-1956), quien la rescató del olvido, que vivía en un rancho en la zona de quintas, en las afueras de la ciudad, y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y tortas fritas, o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos le permitía sobrevivir. Se hacía llamar «la Capitana» y solía mostrar las cicatrices de los brazos y relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo solo que quienes la oían pensaran que estaba loca o senil.

No conforme con su suerte, el 23 de octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6000 pesos «para acabar su vida cansada» en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos. (El sueldo máximo en el país era el del gobernador, de 7992 pesos al año).1 El expediente, firmado en su nombre por un tal Manuel Rico y al que agrega en apoyo una certificación de servicios del 17 de enero de 1827 firmada por el coronel Hipólito Videla, se inicia con la siguiente exposición:

Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone:
Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos. Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo!!!; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad.
María Remedios del Valle

El 24 de marzo de 1827 el ministro de Guerra de la Nación, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba «en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario».

En agosto de 1827, mientras Del Valle ―de 60 años―1 mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte ―entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires en representación de los pagos de Ensenada, Quilmes y Magdalena― la reconoció. Tras preguntarle el nombre, exclamó: «¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!». Del Valle le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado como pordiosera.



Viamonte tomó debida nota y el 11 de octubre de ese mismo año presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. El 11 de octubre la Comisión de Peticiones de la Junta de Representantes dijo haber «examinado la solicitud de doña María Remedios del Valle por los importantes servicios rendidos a la Patria, pues no tiene absolutamente de que subsistir» y recomendó adoptar la decisión de que «Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo al Poder Ejecutivo, tenga esta resolución su debido cumplimiento». Pero la presidencia de la Junta decidió que tenían temas más importantes que atender, por lo que el expediente quedó en comisión. Se luchaba aún en la guerra del Brasil y Buenos Aires permanecía bloqueada por segundo año consecutivo por las fuerzas navales del Imperio del Brasil.

El 9 de junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la renovada legislatura y decidió insistir con su propuesta. El proyecto recién se trataría en la sesión del 18 de julio de 1828. Según el Diario de sesiones n.º 115 de la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, al abrirse el tratamiento, Marcelo Gamboa (diputado por la ciudad) solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de la pensión, a lo que Viamonte respondió:

Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna [...] Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos.
General Juan José Viamonte
Yo no conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil, y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos.
Francisco Silveyra, diputado por Quilmes, Ensenada y Magdalena
Pero el diputado por la ciudad Manuel Hermenegildo Aguirre objetó entonces que aunque Del Valle hubiera rendido efectivamente esos servicios a la Nación, la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado. El diputado por la ciudad Diego Alcorta insistió entonces en que hacía falta presentar documentación respaldatoria con lo que el debate se tornó áspero. Ambos argumentos inhabilitaban pensiones que recibían otros soldados de su categoría.

El representante por Pilar y Exaltación de la Cruz Justo García Valdez refutó la objeción sobre las atribuciones, afirmando que el gobierno de la Provincia solo conseguiría parecer cruel e insensible si dejaba a la Nación la tarea de premiar tales servicios a la libertad.



Finalmente, en defensa del proyecto tomó entonces la palabra Tomás de Anchorena quien afirmó:

Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo. [...] Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer. [...] Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.
Tomás de Anchorena

Luego de un arduo debate se decidió otorgarle «el sueldo correspondiente al grado de capitán de infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 en que inició su solicitud ante el Gobierno». A pedido del diputado por la ciudad Ceferino Lagos se votó crear una comisión que «componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño de él y el presupuesto».

Los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios del Valle la había pedido (sin pagarle retroactivos por todos los meses en que no había cobrado nada). Para tener una idea de la escasa generosidad para con una heroína revolucionaria, vale precisar que una lavandera ganaba 20 pesos al mes, mientras que el gobernador cobraba 666 pesos. La libra de aceite rondaba 1,45 pesos, la libra de carne 2 pesos y la libra de yerba 0,70 pesos. A María Remedios le otorgaron 1 peso al día.1

El 28 de julio de 1828 el expediente fue pasado a la Contaduría General y el 21 de noviembre de 1829, Del Valle fue ascendida a sargenta mayor de caballería. El 29 de enero de 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase. Entre enero y abril de 1832 y entre el 16 de abril de 1833 y el 16 de abril de 1835, figuró en listas con sueldo doble.

El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas (que el 7 de marzo de 1835 había asumido su segundo mandato como gobernador de Buenos Aires) a la plana mayor activa con su jerarquía de sargento mayor. Le aumentó su pensión de 30 pesos en más del 600 %. En la lista de pensiones de noviembre de 1836 María Remedios del Valle figura con el nombre de Remedios Rosas (quizá por gratitud hacia el gobernador que la sacó de la miseria). En la lista del 28 de octubre de 1847 aparece su último recibo, de una pensión de 216 pesos.

En la lista del 8 de noviembre de 1847, una nota indica que «el mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció».5 6

Homenajes
Por iniciativa de Octavio Sergio Pico ―presidente del Consejo Nacional de Educación durante el gobierno de Agustín Pedro Justo―, una calle de la ciudad de Buenos Aires lleva su nombre. También una escuela de Buenos Aires lleva el nombre «Capitana María Remedios del Valle» en su honor.

El 26 de mayo de 2010, en la sesión de la Cámara de Diputados de homenaje al Bicentenario de Argentina, las diputadas Cecilia Merchán y Victoria Donda presentaron un proyecto de ley para construir un monumento en honor a Del Valle.

Referencias
 Ottaviano, Cynthia (2011): «María Remedios del Valle, la Madre de la Patria», artículo del 30 de agosto de 2011 en el sitio web 200 Argentinos. Basado en datos del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires «Doctor Ricardo Levene», dependiente del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
Para tener una idea de la escasa generosidad [de los diputados] para con una heroína revolucionaria, vale precisar que una lavandera ganaba 20 pesos al mes, mientras que el gobernador cobraba 666 pesos. La libra de aceite rondaba 1,45 pesos, la libra de carne 2 pesos y la libra de yerba 0,70 pesos. A María Remedios le otorgaron 1 peso al día.

 Según Cynthia Ottaviano, en agosto de 1827, cuando fue descubierta por Juan José Viamonte, María Remedios del Valle tenía 60 años.
 El 28 de octubre de 1847 cobró su último recibo de pensión, y once días después (el 8 de noviembre de 1847) se dio noticia de su fallecimiento, sin indicar cuándo había sucedido.
 Según Pacho O´Donnell combatió junto con su madre ―conocida como Tía María― y su hermana.
 «María Remedios del Valle Rosas», artículo en el sitio web Revisionistas (Buenos Aires).
 «Las mujeres y sus luchas en la Historia argentina», artículo publicado en el sitio web del Ministerio de Defensa de la República Argentina (Buenos Aires).
Bibliografía
Yaben, Jacinto R.: Biografías argentinas y sudamericanas, 1938.
Cutolo, Vicente Osvaldo: Nuevo diccionario biográfico argentino (1750-1930). Buenos Aires: Elche, 1968.
Sosa de Newton, Lily: Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Buenos Aires, 1972.
Registro oficial del Gobierno de Buenos Aires. Buenos Aires: Imprenta de la Independencia, 1827 y 1828.
Mizraje, María Gabriela: Argentinas de Rosas a Perón. Buenos Aires: Biblos, 1999. ISBN 9507862234, 9789507862236.
Pistone, J. Catalina: «La sargento mayor María Remedios del Valle», en la Gaceta Literaria de Santa Fe. n.º 100, 1998.

1816 -9 DE JULIO- 2016


 200 AÑOS DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA

Aica, 6-7-16

Congreso de Tucumán: Se emanciparon del rey, pero no de su Dios

La declaración de la independencia argentina sitúa al Congreso de 1816 en la línea divisoria de la historia patria, en el paso de la adolescencia a la edad madura de la autodeterminación. El camino iniciado el 25 de mayo de 1810 cobró su sello de autenticidad. Los congresistas de Tucumán supieron responder a la esperanza que los argentinos habían puesto en ellos y cumplieron con su deber declarando la Independencia.

El desinterés, heroísmo y patriotismo de esos hombres, al encarar con audacia una empresa superior a los escasos elementos materiales que se poseían en aquellos tiempos angustiosos fue muy grande y su franca religiosidad quedó de manifiesto, no solo porque más de la tercera parte de sus integrantes fuesen sacerdotes, sino porque todos sus componentes eran públicos sostenedores de los mismos valores religiosos.

Claramente lo expresó el presidente Nicolás Avellaneda al decir: “El Congreso de Tucumán se halla definido por estos dos rasgos fundamentales. Era patriota y era religioso, en el sentido riguroso de la palabra; es decir, católico como ninguna otra asamblea argentina. Su patriotismo ostenta sobre sí el sello inmortal del acta de la independencia, y su catolicismo se halla revelado casi día por día en las decisiones o en los discursos de todos los que formaban la memorable asamblea. Los congresistas se emanciparon de su rey, tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto… Querían conciliar la vieja religión con la nueva patria”.

En un escenario adverso
El panorama interno de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816 no podía ser más sombrío. Las provincias del Litoral bajo la influencia del caudillo oriental José Gervasio Artigas, que se extendió hasta Córdoba, se negaron a acatar toda autoridad nacional de tal modo que la Banda Oriental (hoy República Oriental del Uruguay), Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Misiones no mandaron diputados al Congreso.

A esta realidad del ámbito nacional se agrega un difícil panorama internacional como la invasión portuguesa a la Banda Oriental en 1816 y la toma de Montevideo al siguiente año. Lo que disminuía la posibilidad de contener la proyectada invasión de los ejércitos españoles al Río de la Plata. El Norte, a causa del desastre de Sipe-Sipe, quedaba abierto a la invasión española, dependiendo las esperanzas de salvación del valor de Güemes y sus gauchos

La situación externa era aún más grave para la causa de la Independencia: la política de la Santa Alianza y la nueva expedición militar preparada en España eran hechos que auguraban el fin de nuestra emancipación.

“Fue -explica el padre Cayetano Bruno- la declaración de la independencia una obra por muchos conceptos temeraria e incomprensible, fruto más bien de la clarividencia y de la fe en Dios de aquellos insignes varones, que no la consecuencia de una situación reinante en el país ni fuera de él. La actitud decididamente favorable de San Martín y Belgrano iba a garantizar, por otra parte, su mantenimiento”.

En este contexto, contra viento y marea, se convoca a las provincias a que envíen diputados al Congreso que se realizará en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Congreso que pasó a la historia como “congreso de Tucumán” y que más bien debiera denominarse Congreso General 1816-1820, ya que sesionó en Tucumán desde el 24 de marzo de 1816 hasta el 4 de febrero de 1817 y ante el avance realista por el norte, el 23 de septiembre de 1816 se dispuso su traslado a Buenos Aires, donde el Congreso se reunió nuevamente en sesión preliminar el 19 de abril de 1817. Su reapertura oficial tuvo lugar el 12 de mayo de 1817 y sesionó hasta el 11 de febrero de 1820, cuando se interrumpieron sus actividades como consecuencia de la derrota de Rondeau en Cepeda.

Diputados sacerdotes y abogados
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán para inaugurar un nuevo congreso constituyente. La elección recayó casi siempre en sacerdotes y en abogados, todos hombres de fe y públicos sostenedores de la religión católica.

Entre las instrucciones que las provincias -no todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España y de sus reyes”.

Como ya se dijo, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes. Tampoco asistirían diputados del Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí, Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

De los siete diputados elegidos por Buenos Aires, dos eran sacerdotes: el franciscano fray Cayetano José Rodríguez y el doctor Antonio Sáenz. Completaban la representación, Tomás Manuel de Anchorena, José Darragueira, Esteban Agustín Gascón, Pedro José Medrano, hermano menor del primer obispo de Buenos Aires independiente, y Juan José Paso, patriota de los primeros días.

Por Catamarca, los diputados fueron sacerdotes: Manuel Antonio Acevedo y José Eusebio Colombres a quien, a propuesta del presidente Urquiza, el papa Pío IX designó obispo de Salta en diciembre de 1858, pero no llegó a ser consagrado pues falleció en Tucumán en febrero de 1859.

Córdoba nombró cuatro diputados, entre ellos el presbítero Miguel Calixto del Corro, que no firmó el acta de la independencia por haberle confiado el Congreso una misión ante Artigas. Los otros diputados cordobeses fueron: José Antonio Cabrera, Eduardo Pérez Bulnes y Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera.

Jujuy envió a Teodoro Sánchez de Bustamante y Mendoza a Juan Agustín Maza y al joven Tomás Godoy Cruz, hombre de confianza de San Martín y su vocero en la asamblea.

El único diputado que nombró La Rioja fue el insigne sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros.

Quedaron en la memoria especialmente los representantes de San Juan: Francisco Narciso Laprida y fray Justo de Santa María de Oro, futuro obispo de San Juan.

Representó a San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, que al ser elegido por el Congreso director supremo de las Provincias Unidas, cesó en el cargo de diputado.

Santiago del Estero estuvo representada por dos sacerdotes: Pedro León Gallo y Pedro Francisco de Uriarte. También Tucumán envió al Congreso dos sacerdotes: Pedro Miguel Aráoz y José Ignacio Thames.

Por Charcas participó el presbítero Felipe Antonio de Iriarte, que no firmó el acta de la independencia por haberse incorporado al Congreso recién el 6 de septiembre de 1816. Participaron también, Mariano Sánchez de Loria, abogado entonces y futuro sacerdote, José Mariano Serrano y José Severo Feliciano Malabia.

Por Chibchas fue diputado el presbítero Andrés Pacheco de Melo; representó a Cochabamba el médico Pedro Carrazco y por Mizque el abogado Pedro Ignacio de Rivera.

Por Salta fueron diputados el doctor en teología José Ignacio de Gorriti y Mariano Boedo.

Las edades de los congresistas iban de los 25 años de edad, como es el caso de Godoy Cruz, hasta los 63 que ostentaban tanto Uriarte como Rivera. El mismo Narciso Laprida, que bastante maduro aparece en sus tan variados retratos, frisaba apenas los treinta.

Curas de aldea pero ilustrados y rectos
Como se ve claramente la presencia sacerdotal en el Congreso de 1816 fue notable. De los 33 diputados, 12 eran sacerdotes al inicio de las sesiones. Otro diputado, Mariano Sánchez de Loria, se ordenó sacerdote en 1817 cuando murió su esposa. Mientras que otros clérigos se incorporaron al Congreso con posterioridad a julio de 1816, tal los casos de Felipe Antonio de Iriarte, Diego Estanislao de Zavaleta, Domingo Victorio de Achega, Luis José de Chorroarín, Gregorio Funes, y José Benito Lascano.

Otro clérigo que marcó su presencia en el Congreso, no como diputado sino como prosecretario de la Asamblea fue el presbítero tucumano José Agustín Molina, que se convertiría en 1836 en el primer gobernador eclesiástico de Tucumán en calidad de vicario apostólico de la diócesis de Salta y elevado a la dignidad episcopal.

El haber elegido las provincias a tantos clérigos, se debió no sólo al hecho de constituir los sacerdotes el sector más culto de la sociedad, sino también a la situación angustiosa que vivía el país, para cuya solución la clerecía inspiraba mayor confianza por su rectitud y ascetismo.

Bien está decir entonces, tomándole la idea a Pueyrredón, que el de Tucumán fue un congreso de doctores, ya en leyes, ya en teología.

Otra vez las palabras de Nicolás Avellaneda son precisas al describirlos: “Fueron curas de aldeas los que declararon a la faz del mundo la independencia argentina, pero eran hombres ilustrados y rectos. No habían leído a Mably ni a Rousseau, a Voltaire y a los enciclopedistas; no eran sectarios de la Revolución Francesa, y esto mismo hace más propio y meditado su acto sublime. Pero conocían a fondo la organización de las colonias, habían apreciado con discernimiento claro los males de la dominación española y llevaban dentro de sí los móviles de pensamiento y de voluntad que inducen a acometer las grandes empresas”.

Las actas del Congreso
Las actas de las sesiones públicas –no así las secretas- del Congreso, se extraviaron hace muchos años, pero felizmente la posteridad pudo enterarse del “día por día” de las sesiones tucumanas, en su parte esencial, gracias a “El Redactor del Congreso Nacional”, periódico que la corporación resolvió editar y cuyo redactor fue el fraile franciscano Cayetano Rodríguez con la colaboración de su amigo el sacerdote Molina.

Las sesiones preparatorias comenzaron el 24 de marzo de 1816, y la inauguración fue al día siguiente, fiesta de la Encarnación del Señor. Reunidos los diputados imploraron la luz al Espíritu Santo en el templo de San Francisco, en medio de las aclamaciones del pueblo. Concluida la ceremonia, pasaron al domicilio del diputado Pedro Medrano a prestar aquel triple juramento, en cuya fórmula se destaca el primero, por su significación, en cuanto da una idea clara del valor que atribuía a la defensa de la religión: “¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender la religión Católica Apostólica Romana?”.

Cabe destacar también, las tareas diplomáticas llevadas a cabo por dos sacerdotes: Pedro Ignacio de Castro Barros, a quien el Congreso encomendó marchar a Salta para influir en el ánimo del general Martín Miguel de Güemes, en bien de la unidad de la patria. Sus gestiones fueron exitosas y determinaron que, en mayo, se lo eligiera presidente. El otro fue Miguel Calixto del Corro que debió abandonar Tucumán para conquistar el ánimo del general José Gervasio Artigas, privándose de la gloria de firmar el acta de la Independencia.

El acto trascendental del Congreso se cumplió el 9 de julio. De los 29 diputados que firmaron el Acta de la Independencia, once eran sacerdotes: Manuel Antonio de Acevedo, José Eusebio Colombres, Pedro Ignacio de Castro Barros, Antonio Sáenz, Fray Cayetano Rodríguez, Pedro José Miguel Aráoz, José Ignacio Thames, Pedro León Gallo, Pedro Francisco Uriarte, Fray Justo de Santa María de Oro y José Andrés Pacheco de Melo.

Al día siguiente hubo misa de acción de gracias en San Francisco, y oración patriótica pronunciada por el diputado Castro Barros. La jura de la independencia por los miembros del Congreso se realizó el 21 de julio.

Otras resoluciones
Una vez proclamada la independencia de las Provincia Unidas, en las sesiones posteriores, los congresales deliberaron sobre otras cuestiones que consideraban necesarias para la “conveniencia y necesidad espiritual del Pueblo”, como expresó Castro Barros en la sesión del 19 de agosto, al hacer mención a la falta de obispos y a la necesidad de reanudar las relaciones con Roma.

A tal punto preocupaba esta cuestión que el mismo doctor Juan José Paso llegó a expresar que “si llegase el caso de faltarnos obispos y se allanara el enemigo a franquearnos uno, debíamos admitirlo, aunque fuese opuesto a nuestro actual sistema, tomando todas las precauciones que no nos dañase con su influjo”. Consecuente con esta posición, el Congreso concedió la libertad al obispo de Salta, Videla del Pino, detenido por contrario a la causa de la Independencia.

Otra de las resoluciones fue la adopción definitiva de la bandera creada por Manuel Belgrano; asunto que se resolvió el 25 de julio de 1816 a moción de Juan José Paso.

Mérito de fray Justo de Santa María de Oro fue la propuesta presentada el 14 de septiembre, para que se eligiese “por patrona de la independencia de América a Santa Rosa de Lima. La propuesta fue “sancionada por aclamación”.

Valoración posterior del Congreso
La declaración de la independencia fue recibida con particular entusiasmo por parte de la población, pero dos razones influyeron para que comenzara a desdibujarse en la memoria colectiva: no se fijó de inmediato la fecha de los festejos anuales y el mismo Congreso careció desde un principio de la aceptación generalizada que era dado esperar.

Sin embargo, la Iglesia muy pronto adhirió a ella. Por decreto del provisor de Buenos Aires, Domingo Victorio Achega, del 10 de octubre de 1816, se dispuso incluir a Santa Rosa de Lima en el sufragio de los Santos; agregar en la oración colecta de las misas solemnes, después del nombre del Papa, el del gobernante de la nación, y rezar en las parroquias los domingos las letanías de los Santos, con la advocación: “Dígnate, Señor, afianzar nuestra independencia: Te rogamos óyenos”.

En cambio, la legislación civil fue más remisa en conmemorar la independencia. Recién por decreto del 6 de julio de 1826 de Bernardino Rivadavia, el 9 de julio se consideraba “feriado”, es decir, “día de feria, día de trabajo”, con la única demostración pública de las “tres salvas de costumbre por la fortaleza, baterías y escuadra nacional, con iluminación en la víspera y en el día”.

Posteriormente a lo decretado por Rivadavia, el Gobernador don Juan Manuel de Rosas, el 11 de junio de 1835, igualaba las fiestas del 25 de Mayo y del 9 de Julio en los honores oficiales: “En lo sucesivo, el día 9 de julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del mismo modo que el 25 de mayo; y se celebrará en aquel (9 de Julio), misa solemne con Tedeum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado”. Así consta en el Registro Oficial de la República Argentina.

Intentos por ocultar la participación de los sacerdotes
La extraordinaria participación de sacerdotes en el Congreso, influyó para que la propaganda liberal de fines del siglo XIX, en años de duros enfrentamientos con la Iglesia, le restara trascendencia con la intención de ocultar la participación de tantos sacerdotes en el Congreso. “La generación del 80 -afirma el padre Guillermo Furlong-, que entre nosotros comenzó su guerra de zapa contra el catolicismo poco después de Caseros, se esforzó por magnificar la Asamblea del año XIII y minimizar el Congreso del año XVI…; y si bien se hacía referencia a él, era aislado de todo lo religioso; y en las pinturas y en los famosos relieves de Lola Mora, si aparece alguno que otro sacerdote, estas figuras eclesiásticas, lejos de representar el treinta y ocho por ciento, parecía representar un dos por ciento o menos aún”.

En los últimos años esta postura ha sido sometida a revisión y hoy nadie discute seriamente la trascendencia de dicho Congreso, destacándose como elemento determinante la selección de los diputados, quienes por su formación y altura moral mostraron criterios uniformes en lo fundamental y voluntad decidida por asegurar el bien común del país.

Al punto que puede decirse, con palabras de Ambrosio Romero Carranza, que “felizmente, siempre hubo unanimidad entre los congresistas de Tucumán, en que la forma de Estado de las provincias del Plata fuese cristiana. Todos, sin excepción, unos con más fuerza que otros, hicieron firmes, claras y sinceras declaraciones de la necesidad de unir, en nuestra patria, los principios cristianos con los principios políticos”.

Documento de la Conferencia Episcopal Argentina

“La familia argentina agradece, una vez más, la providencial Declaración de la Independencia de 1816” -escribieron recientemente los obispos argentinos en su último documento “Bicentenario de la Independencia. Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos”- La nación independiente y libre, añade el documento episcopal, se gestó en una pequeña provincia de la Argentina profunda. Los congresales llegados de lugares tan distantes hicieron de una "casa de familia" un espacio fecundo. Esta casa, lugar de encuentro, de diálogo y de búsqueda del bien común, es para nosotros un símbolo de lo que queremos ser como Nación”.